Indicios de una peligrosa indiferencia

Por Fernando López, para LA NACION


No hace falta encargar muestreos de opinión para saber que es lo que piensa esta sociedad de sus maestros, que llugar les reserva, que respeto les guarda. Indicios hay por todas partes, sin necesidad de recurrir al muy visible de esa carpa ya casi devenida curiosidad turística que en el fondo no es otra cosa que un escandaloso monumento a la indiferencia que la comunidad -el poder político en particular- manifiestan frente al problema educativo.

De espaldas al pasado

Una mirada a los diarios permite percibir otros síntomas. No es una sociedad preocupada por la supervivencia de su patrimonio cultural y científico esta que retira de los claustros a profesores llegados a cierto limite de edad como si fueran automovilistas a los que es prudente negarles la renovación del registro. Desperdiciar la sabiduría y la experiencia en nombre del ciego cumplimiento de una norma burocrática que no hace diferencia entre un tornero, un historiador, un bancario y un estudioso de la física es un derroche que solo puede permitirse una comunidad que dice tener la vista en el futuro -aunque los horizontes suelen ser de corto plazo- pero se desentiende de su pasado, o lo que es mas grave, lo ignora.

Que lugar queda para el maestro? Que función cumpliría en medio de una sociedad joven que -según resume la amargura cáustica de un colega- parece creer que "la realidad comienza cuando usted llega"? Quizás una mirada al estado actual de unas cuantas empresas respetuosas del globalizado mandato de reducir y rejuvenecer planteles aporte otros ejemplos. También en los ámbitos de trabajo hacen falta maestros. Mire a su alrededor: no siempre los hay.

La historia menuda acerca otros datos. Una docente con abundante experiencia en escuelas de los barrios mas acomodados del Gran Buenos Aires resumía así sus sentimientos: "El trato que uno recibe de los alumnos (no hablemos de los padres) hace pensar que para ellos los maestros somos parte del servicio domestico, personal que esta a su disposición por una paga mensual y que no merece otra deferencia que cierta cortesía. Probablemente, se nos ve fácilmente suprimibles, como todo parece serlo en esta estructura social hecha de piezas
descartables: al fin, para conseguir información, esta Internet".

Imágenes comparadas

Uno, que ha estado de los dos lados de la experiencia escolar, no puede sino comparar esta imagen del maestro de hoy con aquella incontestable que nosotros recibimos de los mayores: el respeto al maestro nacía en casa, y aunque el sueldo docente ya empezaba a empobrecerse, el prestigio social perduraba.

Del tiempo de docente conservo un texto amarillento: "Un maestro debe ser maduro y comprensivo, tener humor sin olvidar su condición, ser firme pero ecuánime; saber convertirse en el líder del grupo para favorecer situaciones estimulantes del aprendizaje".

Vista desde esta realidad que discute programas educativos y habla mucho de recursos humanos pero no escucha a los maestros, los desautoriza y los abandona a su suerte, aquel viejo texto que pedía humor, comprensión y gozo en la tarea parece un mal chiste.

En cambio, aunque nos gustaría creerlo, "Eulogia Lautaro" no fue el extemporáneo arranque de un humorista inoportuno.