ĞEducadores con esperanzağ

Juan Souto Coelho, "Alfa y Omega", nş 153


(...) publicamos el testimonio de un educador cristiano:

Algunos aspectos me interpelan especialmente ante la situación actual de la escuela.

Observo con qué seguridad decimos: Soy licenciada en...; soy profesor de...; soy doctor en...; tengo una casa en...; soy padre de...; pero no decimos con la misma facilidad: Soy educador cristiano. Quizá porque ser educador no reporta ningún beneficio tangible; y lo de cristiano sí que más de una vez nos complica la vida.

Lo cierto es que yo me siento como muchos hombres y mujeres, para lo bueno y para lo malo, educador cristiano. Primero, en familia, con mi mujer y mis tres hijos. Juntos emprendemos cada día el camino del apoyo y el cariño mutuo, la tarea de moldear en esta escuela de vida, fe y trabajo, que es la familia, estilos de vida, hábitos de consumo y formas de compromiso, según los valores del Evangelio. No es una tarea fácil, sentimos que vamos contra corriente. Los estímulos dominantes intentan arrastrarnos por otros caminos. Y hace falta que, además de tener claro lo que implica seguir al Maestro, amemos hacer aquello que nos pide.

En segundo lugar, yo me siento educador cristiano en la escuela. Durante mucho tiempo pensé que la escuela por el hecho de serlo era educadora, y estar en la escuela nos convertía a los que en ella trabajamos en educadores. Hace mucho empecé a pensar que no es así. Sólo puedo educar, es decir, sólo puedo ayudar a forma en cada chico y chica la persona que está llamado a ser, si yo mismo me siento persona, madurado en la interioridad y en el amor; si me siento seguro de mí mismo, competente en mi área del saber, satisfecho en mi trabajo y unido al destino de aquellos que son la razón de ser de mi presencia en la escuela. Si no amo a los chicos y chicas que cada año siembran mi camino en la escuela, no sabré participar en el alumbramiento de hombres y mujeres nuevos para el siglo que viene.

Hoy se habla a menudo de la escuela como un lugar impersonal, distante, agresivo y poco gratificante. A veces, siento en torno a la escuela demasiada desmoralización que se traduce en desánimo, falta de vinculación a un proyecto educativo, individualismo, sensación de estar quemado, ganas de inmovilismo, resistencia al compromiso y a la creatividad. Gastamos muchas energías en contar que la escuela está llena de jóvenes blandos que no estudian, de indisciplinados que incordian y que la culpa es del sistema LOGSE.

Pero, a la escuela vienen unos chicos y chicas que son hijos de unas familias concretas y aprendices de ciudadanos. Vengo observando que, en los últimos años, han aumentado los casos de alumnos envueltos en situaciones familiares rotas, desestructuradas y conflictivas. Acumulan en su historia personal de adolescentes, además de las habituales dificultades de los estudios y de la edad, la experiencia continuada de la soledad y la incomunicación; la ausencia de los roles paternos y del adulto, en general, en sus vidas, y la falta de modelos de conducta gratificantes. Y para muchos la escuela es a veces el único espacio y tiempo que les da el hogar que necesitan y no tienen.

Somos muchos los hombres y mujeres que nos sentimos comunidad cristiana y, sin embargo, no aparecemos como tal en nuestro lugar de trabajo. Aunque limitado, yo me siento educador cristiano en la escuela, no porque haga cosas religiosas en días especiales (aunque también hay que poner señales luminosas en algunas fechas para hablar de lo nuestro), sino porque, en mi manera de ser y trabajar, intento abrir algún tragaluz por donde se cuele el Evangelio que conozco y amo: en la palabra paciente y serena, en la escucha compasiva, en la palabra de fortaleza, en el trabajo bien hecho, en la atención a los más débiles.

Creo que, hoy más que nunca, mi tarea de educador cristiano es mostrar que tengo experiencia de comunidad, que pertenezco a una comunidad cristiana que me da referencias para crear comunidad educativa en el lugar de trabajo. Ahora bien, no creo que haya manera de conseguirlo verdadera y eficazmente sino desde una espiritualidad de la contemplación y la acogida de la acción de Dios en mi vida y en la vida de los demás.